Nos
encontramos en Tailandia, concretamente en la ciudad de Bangkok.
El budismo también es en Tailandia una de las piedras angulares de la vida de la gente.
La comida está resultando deliciosa. Suelen añadir frutas a muchos platos, también leche de coco y cacahuetes. El picante acostumbra a ser protagonista, aunque aquí, curiosamente, se rebaja con azúcar. Los platos no suelen ser abundantes, así que muchas veces toca repetir.
Una curiosidad rara pero espectacular son los bocadillos de helado. ¡Qué buenos!
Las
noches aquí son una verdadera locura, quizás demasiado. Hay diversión sin
límites para todos los gustos.
Después
de pasar un tiempo en capitales como Kathmandu o Yangon, tenemos la sensación
de haber aterrizado en la ciudad más moderna, limpia y ordenada del mundo,
aunque no lo sea ni de lejos.
La
razón de estar aquí es tratar de comprar dos bicis con las que poder recorrer a pedales varios países del sudeste
asiático.
No
tenemos la intención de visitar Tailandia ahora. Otros lugares son nuestro
objetivo. Dentro de pocos meses, dará comienzo la estación lluviosa por estas
latitudes y pretendemos llevar a cabo nuestro particular periplo ciclista antes
de que las tormentas gobiernen los días y las tierras queden anegadas.
Aún
así, disponemos de algún tiempo para disfrutar de Bangkok, una interesante
ciudad que nunca descansa y en la que aburrirse es complicado. Además, al ser un lugar tan sumamente turístico, conocer
gente aquí es lo más sencillo del mundo. Para empezar, hemos tenido la fortuna
de haber podido contactar, a través de Couchsurfing, con Nan, una chica
tailandesa que nos ofrece alojamiento gratuito en su diminuto apartamento y con
la que estamos conociendo la ciudad de primera mano. Es una suerte poder contar
con la compañía de alguien del país nada más aterrizar en él.
Por
otro lado, estamos pasando los días con un divertido grupo de amigos con los
que vamos descubriendo la ciudad.
Una
ciudad en la que nos sentimos muy cómodos. Aquí tenemos de todo, algo que hace meses
que no ocurre y, aunque ya estamos
acostumbrados a vivir bajo mínimos, no está mal poder encontrar una coca cola
fría sin tener que buscar durante horas antes de desistir. Además, hay muchos
sitios interesantes que visitar.
El budismo también es en Tailandia una de las piedras angulares de la vida de la gente.
La comida está resultando deliciosa. Suelen añadir frutas a muchos platos, también leche de coco y cacahuetes. El picante acostumbra a ser protagonista, aunque aquí, curiosamente, se rebaja con azúcar. Los platos no suelen ser abundantes, así que muchas veces toca repetir.
Vivimos mil situaciones que no dejan de
sorprender. Es difícil concebir y olvidar la imagen de un anciano jorobado,
casi incapaz de mantener su dentadura en la boca, caminando hacia un hotel,
cogido de la mano de dos jovencísimas prostitutas que harán de tripas corazón
por unos dólares. Esa es una de las caras desagradables de la ciudad.
Salir
a tomar unas copas suele convertirse en una aventura inesperada, además abundan
los buscavidas nocturnos, y los turistas solemos ser sus presas. Anoche, sin ir
más lejos, entramos en un bar del barrio de Silom a beber una cerveza, guiados
por un tipo que hacía publicidad del local en la calle.
Al
entrar en el bar, no podíamos creer lo que estábamos presenciando. Jamás
habíamos pisado un antro tan sórdido y casposo. Hay que imaginar un lugar con poca
luz, casi vacío y con una barra alargada en el centro sobre la que bailan, o
mejor dicho, se balancean sin gracia tres mujeres entraditas en años. Podríamos decir que no poseen las
características físicas que normalmente reúnen las bailarinas de striptease. De
hecho, están muy lejos de poseerlas. Pero aún hay más. Visten con ropa
interior nada sexy y alguna no lleva la parte de arriba, pero lo alucinante es que una
de ellas baila con los calcetines puestos, otra luce una rodillera
ortopédica y la tercera, que es un transexual, habla por el móvil mientras
gira con desgana sobre sí misma. Sin duda, se trata del bar de striptease
más antierótico del mundo. Lo más lógico al entrar en un lugar así es, automáticamente,
darse la vuelta y salir por donde se ha entrado, de hecho es lo que hace todo
el mundo. Pero a nosotros nos parece un tugurio tan esperpéntico y surrealista
que decidimos quedarnos y seguir alucinando, mientras disfrutamos de una
cerveza bien fría.
Al
rato, cuando ya no quedan más clientes en el bar, una de las camareras nos
trae una factura que asciende a una suma desorbitada, como quince veces más
del precio acordado al entrar. Evidentemente, les decimos que no vamos a darles
ese dinero, y al instante, como en un acto ensayado y repetido infinidad de
veces, un buen número de camareras y las “bailarinas”, nos rodean y nos gritan
como locas mientras una agita vigorosamente la factura frente a nuestros
rostros. Otra retira rápidamente las botellas de la mesa y una se coloca
delante de la puerta del bar bloqueándola para que no escapemos. Las cosas
empiezan a tomar un cariz aún más increíble que el bar en sí. Viendo que sus
gritos amenazantes no surten efecto, ocurre lo que era de esperar. Aparece el
típico machaca intimidador con cara de asesino, se sitúa frente a nosotros y,
con el rictus imperturbable, se limita a decir: pay now! I don’t wanna
fight, but… En ese momento,
uno da gracias por no estar solo, y precisamente por eso, no vamos a sucumbir a
sus amenazas. Con la incertidumbre de cómo va a acabar la situación, le
decimos que tampoco queremos pelear, pero que no vamos a pagar esa cantidad,
así que él debe decidir lo que quiere que pase a continuación. Seguramente,
llegados a este punto, la gente a la que timan así, deben haber pagado ya, pero si aún no lo han hecho, es que no piensan hacerlo a no ser que les agredan. El
machaca sabe eso. A él tampoco le interesa una pelea con extranjeros en su
local, además, viendo que éramos cinco, sabe que tiene las de perder.
Finalmente pagamos el precio normal de la cerveza y desaparecemos a toda prisa
con la lección aprendida. No hay que pisar según qué lugares. La sensación que
nos ha dejado este incidente no ha sido de rabia o de indignación, si no de
pena por las mujeres que allí trabajan y que tienen que montar ese numerito
cada noche para ganarse la vida.
En
cuanto a nuestra misión de comprar las bicis, no ha sido fácil encontrar algo
que nos convenciera. Aquí no hay término medio, o son muy malas o muy buenas.
Es difícil encontrar alguna gama intermedia a un precio que se ajuste a nuestro
presupuesto. Finalmente hemos conseguido dos buenas bicis de segunda mano,
quizás más de lo que necesitamos, pero después de mucho buscar, nos hemos
decidido por la buena calidad, ya que deben acompañarnos a lo largo de
muchísimos kilómetros. Se trata de una Merida y una Specialiced que estamos
preparando a contrarreloj, ya que mañana temprano queremos empezar esta nueva
aventura con la que estamos verdaderamente ilusionados.
La
idea es partir desde Bangkok en dirección oeste y recorrer los casi trescientos
quilómetros que nos separan de la frontera con Camboya. Una vez allí, pedalear
a lo largo y ancho del país durante un mes, para después cruzar la frontera con
Laos e ir ascendiendo a lo largo de todo su territorio durante otro mes.
Esperemos que tanto nuestras bicis como nosotros podamos aguantarlo. Pase lo
que pase y lleguemos a dónde lleguemos, seguro que va a ser una experiencia
inolvidable.
Todo
son incógnitas, no sabemos cómo responderán las bicis, ya que no son nuevas, no
sabemos cuál es nuestro estado real de forma ni si aguantaremos bien las
etapas, desconocemos si soportaremos el horrible calor, ignoramos el estado de
las carreteras, etcétera.
De
momento ya tenemos los primeros problemas antes de empezar. Las mochilas no se
ajustan bien a los portaequipajes y pesan más de lo que creíamos, a pesar de
que ayer las aligeramos mucho. Así que debemos tirar más ropa y enseres no
imprescindibles.
Conectamos el cuentakilómetros y por fin empezamos a rodar.
Conectamos el cuentakilómetros y por fin empezamos a rodar.
El
día ha amanecido nublado, lo que es de agradecer. Es domingo, así que el habitualmente denso
tráfico de Bangkok, hoy está más relajado, con lo que salir de la gran ciudad está
siendo más fácil de lo que pensábamos. Súbitamente se inicia un impetuoso
chaparrón que nos obliga a detenernos y resguardarnos, pero a los cinco minutos
pierde toda su rabia y a los diez ya luce un sol radiante y despiadado. La
temperatura agradable ha pasado a mejor vida. Esto va a ser muy duro. Toca
sufrir, sudar y beber sin parar. Afortunadamente, la carretera nos obsequia con supermercados "seven eleven" cada cierto tiempo y con pequeños puestos de descanso a la sombra.
Viajamos
por una autopista de dos carriles para cada sentido que, afortunadamente dispone de grandes y
limpios arcenes. Las imágenes del queridísimo e idolatrado rey de Tailandia se suceden constantemente.
Las bicis responden bien, nos sentimos cómodos, aunque notamos cómo se quema nuestra piel a medida que transcurren las horas. Toca parar a darnos un homenaje.
Al final llegamos a nuestro destino tras ochenta y cinco kilómetros, algo cansados y doloridos por ser el primer día, pero muy contentos. Pasamos la noche en el pueblo de Chachoengsao, donde tras comprobar el elevado precio de los hoteles, decidimos dormir en nuestra tienda de camping. Una familia nos deja plantarla en el silvestre jardín de su casa, no sin antes advertirnos sobre las serpientes que reptan por él. Habrá que tener mucho cuidado. Nos regalan dos sabrosísimos mangos. La fruta de Tailandia es increíblemente dulce.
Las bicis responden bien, nos sentimos cómodos, aunque notamos cómo se quema nuestra piel a medida que transcurren las horas. Toca parar a darnos un homenaje.
Al final llegamos a nuestro destino tras ochenta y cinco kilómetros, algo cansados y doloridos por ser el primer día, pero muy contentos. Pasamos la noche en el pueblo de Chachoengsao, donde tras comprobar el elevado precio de los hoteles, decidimos dormir en nuestra tienda de camping. Una familia nos deja plantarla en el silvestre jardín de su casa, no sin antes advertirnos sobre las serpientes que reptan por él. Habrá que tener mucho cuidado. Nos regalan dos sabrosísimos mangos. La fruta de Tailandia es increíblemente dulce.
Tratamos
de dormir, aunque es difícil. El insoportable bochorno y la multitud de
extraños sonidos que emiten los lagartos e insectos que rodean la tienda complican
la posibilidad de conciliar el sueño. Un buen rato más tarde caemos rendidos.
Nos
levantamos temprano, sin haber descansado bien y acribillados por los
mosquitos. A pesar de que nuestra tienda dispone de mosquitera, si dormimos con
alguna parte del cuerpo en contacto con ella, los mosquitos consiguen cebarse.
Hoy el día se presenta duro, ya que está despejado desde bien temprano. Continuamos
recorriendo la autopista 304. Después de varias horas encontramos un gran
centro comercial. No íbamos a hacerlo, pero decidimos parar para comprar agua y
algo de merienda. Esta parada, aunque todavía no lo sabemos, va a ser
providencial para nosotros. En este lugar conocemos a dos personas por
separado. Aún no somos conscientes de lo importantes que van a ser para nuestro
futuro. Por un lado encontramos a Sam, un tailandés con el que compartimos unos
minutos de conversación y que nos da su número de teléfono por si algún día
volviéramos por la zona. Por otro lado, conocemos a Beverly, una señora
sudafricana que vive en Tailandia con su marido desde hace dieciséis años. Al
vernos tan cansados, nos ofrece pasar la noche en su casa, dejándonos claro que
nunca hace este tipo de cosas y que no suele ni siquiera hablar con
desconocidos. Aceptamos encantados, no podía ocurrirnos nada mejor. Beverly y
su chófer se dirigen hacia su casa y nosotros les seguimos. Una vez allí nos
prepara nuestra habitación, nos damos unas duchas y nos deja lavar ropa. Al
atardecer, su marido Greg llega de trabajar y piden unas pizzas que nos saben a
gloria. Todo un lujo para nosotros. Cuánto tiempo sin las comodidades de una casa occidental, de vez en cuando sienta muy bien. Nuestra cama es realmente cómoda y dormimos como
niños.
Por la mañana nos dan para desayunar café con leche y riquísimas magdalenas, y nos preparan una bolsa con pastas y galletas para el viaje. No lo podemos creer, que generosidad. Son encantadores. Nos despedimos mientras a Beverly se le escapan las lágrimas. Nos da una tarjeta donde aparece el número de teléfono móvil de su marido por si necesitáramos algo. Lo cierto es que no nos hace falta nada más o, al menos eso creíamos.
Por la mañana nos dan para desayunar café con leche y riquísimas magdalenas, y nos preparan una bolsa con pastas y galletas para el viaje. No lo podemos creer, que generosidad. Son encantadores. Nos despedimos mientras a Beverly se le escapan las lágrimas. Nos da una tarjeta donde aparece el número de teléfono móvil de su marido por si necesitáramos algo. Lo cierto es que no nos hace falta nada más o, al menos eso creíamos.
Continuamos
nuestro camino pedaleando bajo el sol a lo largo de la eterna autopista, que
es la forma más rápida para llegar a Camboya. Cada vez queda menos. Sesenta kilómetros más tarde sufrimos nuestro primer pinchazo.
Una tontería que se ha convertido en una pesadilla. Mientras cambiamos la rueda trasera, se ha partido la pieza que sujeta el cambio al cuadro de la bici. Posiblemente estuviera ya dañada. El caso es que sin esa pieza la bici no sirve para nada, no se puede utilizar. Y lo peor es que es una pieza muy específica que será muy difícil encontrar, la única posibilidad, por supuesto, sería en Bangkok, y si no es así, no habrá nada que hacer, adiós bici. Y no sólo eso. El problema es que estamos tirados en mitad de la nada, en una autopista donde el sol abrasa, sin tener ni idea de qué hacer.
Una tontería que se ha convertido en una pesadilla. Mientras cambiamos la rueda trasera, se ha partido la pieza que sujeta el cambio al cuadro de la bici. Posiblemente estuviera ya dañada. El caso es que sin esa pieza la bici no sirve para nada, no se puede utilizar. Y lo peor es que es una pieza muy específica que será muy difícil encontrar, la única posibilidad, por supuesto, sería en Bangkok, y si no es así, no habrá nada que hacer, adiós bici. Y no sólo eso. El problema es que estamos tirados en mitad de la nada, en una autopista donde el sol abrasa, sin tener ni idea de qué hacer.
Decidimos recuperar la tarjeta del marido de
Beverly para intentar llamarle. Quizás puedan ayudarnos de alguna manera.
Caminamos
hasta una casa cercana donde hemos tenido que correr para que varios perros no nos
devoren. Nos ha recibido un señor sordomudo acompañado de un perro paralítico
que se desplaza con las patas delanteras arrastrando las traseras. No parece
que hoy sea nuestro día de suerte. De repente aparece una chica y tratamos de
explicarle nuestra situación. Por supuesto no habla absolutamente nada de
inglés, pero al final nos deja llamar
por teléfono. El problema es que Greg no responde. Llamamos más de diez veces
y nada, imposible contactar con él. La situación se complica por momentos. Ya
desesperados, acude a nuestro pensamiento Sam, el tailandés que conocimos en el
centro comercial y que nos dio su teléfono. Le llamamos y en menos de una hora
viene a buscarnos con su ranchera. Vuelve la suerte. Metemos las bicis en el
vehículo y nos traslada de vuelta hacia casa de Beverly, pero
antes hace una providencial parada. Nos lleva a ver a un amigo suyo que
entiende de bicis. Tras hacer unas llamadas a Bangkok, averigua dónde tienen la
pieza que necesitamos.
Llegamos
a casa de Beverly que alucina al vernos. Greg había tenido el teléfono en
silencio durante todo el día. Le explicamos lo ocurrido y nos dice que
tranquilos, podemos quedarnos en su casa más tiempo. Y lo mejor es que mañana,
su chófer nos llevará a Bangkok para arreglar la bici. Esta noche invitamos a
cenar a todos nuestros ángeles de la guarda. Qué importante fue
aquella parada para comprar agua en aquel centro comercial de la autopista. No
hubiéramos podido ni imaginarlo en ese momento.
Tras
la ida y vuelta a Bangkok, tenemos la bici arreglada. La última noche en casa
de Beverly preparamos una cena muy española: tortilla de patatas y nuestros últimos paquetes de jamón y queso. Todo acompañado de pà torrat amb tomàquet.
Ellos abren un estupendo tinto sudafricano, una maravilla después de siete
meses sin disfrutar del elixir de la felicidad.
Por
la mañana partimos hacia Aranyaprathet, el último pueblo tailandés antes de
cruzar la frontera camboyana. Después de pedalear noventa kilómetros, la suerte nos premia con un hostel barato con piscina!!! Allí pasamos la noche, a la espera de cruzar a un
nuevo país por la mañana. Estamos ansiosos por descubrir Camboya.
////MIS NIÑOS/// tenéis un angel de la guarda, problema que surge, problema resuelto, habéis nacido con estrella, con un don para tratar con la gente y que os quieran, sois los mejores. Señores lectores, ¡¡Estos son mis sobrinos!!
ResponderEliminarJavi, Claudia, hos veo más delgados pero con tantos kilómetros hechos, lo raro sería lo contrário. Ya tengo ganas de veros. Cuidado con los matones de los antros, los perros y toda clase de alimañas, no quiero pensar todas las cosas que hos pasan que no nos contais!! Bueno machotes, seguir con vuestro viaje y hasta el proximo blog.Muchos MUUUUAAAASSSS
TATA
Qines aventures! i què xules les biciletes!
ResponderEliminarDoncs aneu amb compte i que continueu tinguent la vostra floreta al cul!;)
Una abraçada!!!
Maria
Holaaaa!!!!!!
ResponderEliminarMadre mia todo lo que me había perdido!!. Bueno chicos ya me he puesto al día, me encanta el nuevo look del blog!!!. Nada que ver con vuestra aventura pero en Argentina lo he pasado suuuper bien!. Y este fin de semana por fin me he sentado relajada a leer todo los nuevos post que me faltaban. Como siempre las fotos espectaculares, se os ve bien y felices...
Menos mal que habéis podido arreglar las bicis!. Como dice Maribel en el comentario de aquí arriba, habéis nacido con estrella y don para tratar con gente!!!!!!. Me encanta!
Bueno nois, espero ansiosa vuestra siguiente crónica!. Un besote y seguid así!!! :)
Qué bueno!! me ha encantado! Sin duda la comida thai que rica es!!! mmmmm
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