Con el patio revuelto


Tratar de salir de la monstruosa Ciudad de México en bicicleta supone pasar un buen rato de estrés. 


Después de recorrer sus congestionadas calles durante treinta interminables kilómetros, por fin empezamos a respirar aire fresco y a pedalear dentro de un entorno sorprendentemente rural teniendo en cuenta la cercanía de la metrópolis. Nos dirigimos hacia el sur.
Hacemos una primera parada en el pueblo de San Pedro Atocpan para relajarnos un poco. Aquí conocemos a un buen hombre que, curioso por nuestro viaje, nos invita a un café y nos regala un par de paquetes de mole, una mezcla molida de cacao, chiles y diferentes especias con la que se elabora una deliciosa salsa típica de la zona.  A pesar de que no podemos cargar con más peso y que no vamos a poder cocinarlo, no tenemos más remedio que aceptarlo. El hombre insiste, así que a arrastrar un par de kilitos de más por las empinadas montañas que tenemos por delante. De todas formas es una agradable bienvenida a esta nueva etapa en el sur del país.


Alcanzamos a mediodía la población de Oaxtepec, en el estado de Morelos, justo a tiempo para ver la segunda parte de la final de la Champions en un bar. Después intentamos encontrar algún lugar donde pasar la noche. Ha empezado la estación lluviosa y desde hace días todas las madrugadas están pasadas por agua, así que buscamos alguna casa que tenga un patio cubierto. La gente se muestra reacia a dejar que montemos nuestra tienda en sus viviendas, preguntamos en un par de casas y obtenemos excusas absurdas que se transforman en sendas negativas. Seguimos palpando la desconfianza que genera el miedo. En los hoteles nos piden un precio exorbitado por un pedacito de suelo de su jardín, así que entre que estamos cansados de dar vueltas y que el cielo ya relampaguea, decidimos pagar una habitación en un hostal barato, la primera vez en unos cinco meses. Por lo menos, la agradable familia que regenta la hospedería nos invita a tomar algo y a pasar un buen rato con ellos. Ya tenemos a quien regalarle el mole.
La tormenta que no ha cesado en toda la noche ha dado por muy buena la decisión de pagar una habitación.
Al amanecer partimos aún lloviznando, pero al rato ya hace un calor insoportable que, junto con lo aburrido del paisaje, están haciendo de ésta, una etapa cansada y tediosa.
Encontramos una sombra en el camino en la que paramos a descansar, a la vez que observamos, allá al fondo de la carretera, un enorme control policial. Súbitamente, una patrulla abandona el retén y se dirige a toda velocidad hacia donde nos hemos detenido. Han debido pensar que hemos tratado de eludir el control y nos registran de arriba abajo. Se detienen un rato con una cajita de pastillas blancas mentoladas que guardamos en una riñonera. Las huelen, las tocan, las vuelven a oler, se las remiran y comentan algo. Sabiendo cómo funcionan por aquí las cosas, a uno se le pasa de todo por la cabeza y pasamos un rato un tanto desagradable esperando el desenlace de la situación, pero afortunadamente nos dejan marchar sin más. Entramos en el estado de Puebla y seguimos avanzando hasta alcanzar nuestro destino final de hoy, la ciudad de Izúcar de Matamoros, donde solicitamos hospedaje en un local de voluntarios de rescate y primeros auxilios. 


El paramédico que está de guardia nos acepta sin ningún problema y nos instala en una habitación con cama. Además, siempre es interesante charlar con un compañero que nos explique cómo está la profesión por estos lares. Nos comenta que en la guardia de anoche tuvo que acudir a un tiroteo que se produjo en una fiesta en un pueblo cercano. Nos explica que en esa población, sus habitantes fanfarronean de que una fiesta sin muertos no es una fiesta. El saldo fueron ocho heridos de bala y un policía muerto. Así las gastan por aquí. Le explicamos que las guardias nocturnas en Barcelona suelen ser un poco menos entretenidas y que mejor cambiamos de tema, no queremos oír más historias de violencia, ya van demasiadas.
Salimos a dar un paseo para comer algo a la sombra de la plaza del pueblo y a hacer algunas compras.


El tenebroso y amenazador aspecto del cielo al salir del supermercado nos exhorta a regresar a cubierto a toda prisa.


Pasamos una tranquila y tormentosa noche en el centro de rescate sin que haya habido ni una sola llamada de urgencias.
Hoy las montañas ya se ponen duras de verdad y la altura nos permite gozar de una buena panorámica del cráter nevado y humeante del volcán Popocatepetl, que en estos días está expulsando rocas incandescentes y cenizas a dos kilómetros sobre su ladera, manteniendo a las poblaciones cercanas en alerta de evacuación.


Seguimos dejando atrás inmensos valles y abruptas montañas aderezadas por espectaculares cactus gigantes.




A mediodía alcanzamos el pueblito de Amatitlán, donde paramos a comer en un pequeño restaurante que más parece una iglesia que un comedor. 


Interrogamos a la buena mujer que regenta el negocio acerca de si dispone de algún rinconcito donde podamos pasar la noche. Muy amablemente nos cede la vieja y polvorienta estancia vacía de unos familiares que, como tantos otros, cruzaron ilegalmente la frontera para tratar de ganarse la vida en los Estados Unidos. Así que, por suerte, descansaremos en una cama y a cubierto.


Además nos invitan a cenar y a desayunar. Son gente fantástica. De refilón vemos en la televisión la última parte de una noticia que habla de un ciclón que se dirige al estado de Oaxaca, pero no acabamos de entender muy bien cuál es la situación. Nos despedimos un poco preocupados.


Hoy las interminables montañas nos regalan un paisaje precioso y un agotador día de sufrimiento que nos lleva a penetrar en el estado de Oaxaca.




Las terribles condiciones en las que se encuentra el asfalto de la carretera desde que cambiamos de estado nos revela que acabamos de llegar a una de las regiones más pobres del país.


Empezamos a descender esquivando enormes y profundos socavones hasta alcanzar la ciudad de Huajuapan de León, donde nos espera Poncho, un chico que conocimos a través de Couchsurfing y que nos aloja junto con su familia.
Aquí sí que logramos ponernos al corriente acerca de las condiciones meteorológicas, y lo que descubrimos no nos hace ninguna gracia:
“…se espera que la tormenta tropical Bárbara que proviene del Pacífico toque tierra hoy convertida en huracán. El estado de Oaxaca se encuentra en alerta roja…”
Nos encontramos en el norte de Oaxaca. Aquí estamos resguardados entre las vastas montañas que forman el escarpado relieve de la Sierra Mixteca, lo que nos da la tranquilidad de disponer de una barrera natural que en teoría ha de protegernos del ciclón que se aproxima.
Decidimos quedarnos aquí al menos un par de días y no seguir avanzando hacia el sur, a la espera de que la situación meteorológica se revierta y nos permita continuar en ruta. De todas formas parece que a partir de ahora las lluvias van a empezar a tomar protagonismo y seguramente van a acabar trastocando nuestros planes más de lo que desearíamos, de forma que habrá que poner al mal tiempo buena cara y adaptarnos a las nuevas circunstancias. La familia que nos aloja está encantada de que nos quedemos más tiempo, y nosotros, a pesar de que tan sólo queríamos permanecer un día en esta ciudad, también estamos muy a gusto con ellos, así que a relajarse toca.
Aprovechamos el día para visitar con Poncho algunas de las interesantes poblaciones de los alrededores.





El cielo ha estado mostrando un aspecto pintoresco y hermoso durante todo el día, no en vano, a esta región se la conoce como el país de las nubes.



Por la tarde, los bucólicos colores del firmamento van transformando el horizonte en una negruzca y tétrica estampa.





Y al poco, rayos y truenos dan paso a una violenta tormenta que nos obliga a regresar a casa distinguiendo a duras penas la carretera desde el coche.
Ya en Huajuapan, consultamos los avances del temporal:
…el ciclón Bárbara se ha debilitado este miércoles y ha pasado a la categoría de tormenta tropical después de haber tocado tierra como huracán en el sur de México dejando dos muertos y diecisiete desaparecidos en el estado sureño de Oaxaca…”
Parece que ha sido una gran decisión permanecer aquí y no seguir avanzando hacia el sur.
Nos quedamos un nuevo día en Huajapan a la espera de que los restos del ciclón pasen de largo. Aprovechamos para hacer una interesante incursión en las montañas, acompañados de Alfonso y Alicia, los padres de Poncho.
Tras dos insufribles horas de coche a través de un tortuoso camino de piedras nos adentramos en las profundidades de la Sierra Mixteca, donde Alicia va a vender alhajas en algunas de las aldeas que, perdidas de la mano de Dios, se tuestan aisladas en este árido entorno.


Nos encontramos en la villa de San Jorge Nuchita.  Sus habitantes hablan la lengua indígena mesoamericana mixteca. El aislamiento que genera la complicada topografía de estas remotas montañas que dificultan las comunicaciones con el resto del país, ha preservado la cultura ancestral de esta gente, eso sí, a costa de vivir sufriendo enormes carencias de todo tipo. Esta es una zona extremadamente pobre. Paradójicamente, la construcción de una nueva carretera asfaltada que ha de llegar a la aldea, solventará muchas de esas carencias pero acabará por hacer que seguramente desaparezca esta lengua y muchos de los rasgos culturales de estas comunidades. De hecho, en muchos de los pueblos cercanos ya sólo se habla español.
Es curioso que aquí la gente todavía resuelva sus asuntos a través del sistema de usos y costumbres. Todo se decide en asamblea popular, en la que se reúnen las personas de edad más avanzada. Muchas de estas comunidades indígenas han protagonizado en los últimos tiempos enfrentamientos y episodios de violencia intergrupal relacionada con conflictos por la tierra y divisiones religiosas, lo que ha llevado a un armamento generalizado de estos grupos. Produce cierto respeto estar por aquí.



Regresamos a Huajuapan, el ciclón ya permite que continuemos con nuestra ruta, pero cuando estamos  dispuestos a despedirnos y a regresar a los pedales, descubrimos que un numeroso grupo de gente ha bloqueado la carretera que debemos tomar (la única) debido a una protesta. Se trata de personas que provienen de regiones muy pobres y que acuden a la ciudad para intentar ganarse la vida. Ocupan ilegalmente terrenos de la periferia y montan en ellos sus campamentos. Pasado un tiempo exigen derechos como disponer electricidad y agua. El problema es que esos terrenos tienen propietario y el gobierno no está por la labor de satisfacer sus peticiones. Pues bien, resulta que un grupo de unas cincuenta de estas personas se encuentran encapuchadas y armadas con palos, piedras y machetes, bloqueando la carretera en protesta por su situación. También han tomado el ayuntamiento de Huajuapan. Y la policía ni se acerca, ya que estas protestas suelen ser muy violentas cuando intervienen las autoridades. No se sabe cuántos días puede durar la situación. La gente de por aquí nos dice que para nosotros no hay problema, que todo eso no va con los turistas, que seguramente nos dejarán pasar y continuar nuestro camino. Pero nosotros no creemos que sea muy buena idea acercarse a unos tipos encapuchados y armados con machetes y preguntarles si nos dejan pasar. Además, si lo que están intentando es llamar la atención, un par de turistas pueden ser un buen reclamo. Así que aquí estamos, atrapados de nuevo en Huajuapan. La verdad es que empezamos a estar ya un poco cansados de la cantidad de imprevistos que están surgiendo constantemente, pero hay que amoldarse a la situación. No queremos ni imaginar cómo se sienten quienes aquí viven, que sufren este tipo de incidentes constantemente. Aunque ellos se lo toman todo con calma y se limitan a decir que ya están acostumbrados, que así es México.
Pues nada, continuaremos en casa de nuestros amigos deleitándonos con los suculentos platos que elaboran a todas horas. Aquí no se para de comer, y muy bien.






Nosotros también tratamos de poner nuestro granito de arena y preparar alguna cosa típica de la tierra. Y como siempre, la recurrente tortilla española es un triunfo. Esta vez también nos hemos atrevido con una crema catalana que ha quedado increíble.


Dos días más tarde por fin podemos continuar nuestro camino después de una semana de espera. El tiempo perdido y las lluvias diarias hacen que decidamos desplazarnos a la ciudad de Oaxaca en coche. Alfonso y Alicia se dirigen allí y aprovechamos su viaje.
Poco antes de llegar nos llevan a visitar uno de esos lugares bellos y especiales que tienen el poder de cautivarlo a uno durante un buen rato. Se trata de las ruinas de Monte Albán, el enclave elegido por los antiguos zapotecas para construir su espectacular capital alrededor del año 200 a.c. Los restos de templos, palacios, tumbas, viviendas y demás construcciones de piedra, se levantan sobre la verde alfombra de pasto que se extiende a través de la plana y estratégica cima de un cerro solitario que se eleva a unos cuantos cientos de metros sobre el valle. Si a la magia del lugar le añadimos el espectáculo que el cielo nos está regalando esta tarde, no podemos más que alucinar.







La siguiente visita, si bien no se puede comparar con lo que acabamos de ver, tampoco nos deja indiferentes, de hecho es bastante impresionante. En el pueblo de Santa María del Tule se localiza el árbol más grande del mundo. Se trata de un ahuehuete al que se le calculan unos dos mil años de edad. Su descomunal tronco tiene cincuenta y ocho metros de grosor. Más de treinta personas serían necesarias para poder abarcar el tronco con los brazos abiertos.



Llegamos a Oaxaca al anochecer y dormimos en la casa que nuestros amigos tienen en la ciudad.
Por la mañana visitamos el interesante y agobiante mercado, donde probamos algunas de las delicias  regionales como el tejate, que es una bebida típica de cacao de origen prehispánico, o los chapulines (saltamontes).
Después nos despedimos definitivamente de estos amigos que tan bien se han portado con nosotros.






Pasamos a instalarnos en casa de la hermana de Alicia, donde tenemos intención de quedarnos unos días para poder descubrir esta apasionante urbe.
La que sin duda es una de las ciudades más bonitas de México, se presenta como un sinfín de coloridas callejuelas aderezadas con viejas construcciones coloniales y monumentales edificaciones religiosas que sorprenden tanto por fuera como por dentro. Observamos una fuerte presencia indígena por las calles del centro.







El principal problema de este lugar son las permanentes protestas, huelgas y manifestaciones por las que Oaxaca es famosa, especialmente las llevadas a cabo por el sindicato de maestros. Lamentablemente famosos fueron los disturbios del año 2006 que enfrentaron a profesores y policías enviados para reprimir la manifestación que se convirtió en la protesta política más grande que México vivió en años. El saldo fueron veintitrés muertos y el centro de la ciudad se convirtió en algo parecido a un campo de batalla durante más de un año.
Por supuesto, con la suerte que tenemos últimamente con este tipo de cosas, no nos hemos librado de sufrir una de estas manifestaciones que ha colapsado el casco antiguo.


Después de tres días disfrutando de la belleza y la gastronomía oaxaqueñas, decidimos trasladarnos en bus hasta nuestro siguiente destino. Las lluvias han inundado definitiva y desgraciadamente todos nuestros planes de pedaleo. Además, el próximo trayecto es especialmente peligroso por los fuertes vientos, el temporal y el abundante número de camiones que recorren la ruta. El autocar se convierte ya en nuestro principal medio de transporte, con todos los inconvenientes que eso supone teniendo en cuenta que transportamos dos bicis.
El bus que se ha pasado toda la noche subiendo y bajando montañas bajo la lluvia nos deja con las primeras luces del día en la espectacular ciudad de San Cristóbal de las Casas que, situada sobre un elevado valle a unos dos mil doscientos metros de altura, nos recibe con una temperatura que no habríamos soñado. Después de haber estado tostándonos durante los últimos dos meses, poder disfrutar de esta fresca atmósfera es el mejor regalo, incluso hay que regresar a la manga larga por momentos.
Nos encontramos en el estado de Chiapas, posiblemente el más pobre del país, que posee una enorme población indígena. Chiapas se hizo mundialmente popular por la revolución zapatista que, encabezada por el subcomandante Marcos, estalló en 1994 y enfrentó al Ejercito Zapatista de Liberación Nacional en lucha por la mejora de las condiciones de vida de los indígenas, contra las tropas gubernamentales.
Considerado el pueblo mágico más mágico de México, San Cristóbal de las Casas invita a caminar y a perderse una y mil veces saboreando con calma el particular hechizo que encierran sus hermosas calles coloniales.
Óscar nos hospeda aquí, en su pequeño apartamento cercano al centro.






Multitud de indígenas de diferentes etnias engalanan estos estrechos callejones con el colorido de sus vestimentas. Este es un estimulante lugar donde tan sólo hay que sentarse y observar.






También hemos encontrado un peculiar taller donde con mucha imaginación utilizan viejas bicicletas y las adaptan a máquinas como lavadoras, licuadoras, moledoras de maiz o bombas de agua y todo funciona a pedales.




Especialmente interesante es visitar los alrededores de la ciudad. En nuestras bicis nos disponemos a descubrir algunas de las poblaciones indígenas que, rodeadas de montañas, se asientan a no mucha distancia de aquí.
Nos dirigimos hacia la aldea de San Lorenzo de Zinacantán. Hoy es domingo, día de mercado, y mientras pedaleamos observamos como los habitantes de los montes cercanos se dirigen a hacer sus compras al pueblo. La mayoría son mujeres de la etnia Tzotzil, descendientes de los mayas. Lucen vistosos mantones bordados en rosa y morado sobre coloridas camisas. Es una pena que no les haga ninguna gracia que les tomen fotos y, evidentemente, eso hay que respetarlo. Además, esta gente es muy brava y más vale no causar molestias por aquí. También hay que decir que responden con mucha simpatía a nuestros saludos.




Paseamos un rato por el mercado y descubrimos la peculiar iglesia que ofrece una curiosa mezcla de iconografía católica y pagana. La enorme cantidad de santos que adornan el recinto visten ropajes indígenas y todos portan un espejo en el que se refleja la persona que les reza. Desgraciadamente, un cartel en la puerta del templo advierte que la toma de fotografías se castigará con multa y cárcel.
Nos dirigimos ahora hacia el pueblo de San Juan Chamula.


Sorprende descubrir cómo sus habitantes visten de manera totalmente distinta a los de San Lorenzo de Zinacantán, a pesar de que ambas poblaciones se encuentran separadas por tan sólo cinco kilómetros. Aquí observamos a hombres vestidos con túnicas blancas o negras fabricadas con lana de oveja, mientras que las mujeres lucen brillantes camisas, normalmente blancas o azules y  faldas negras también tejidas con lana.




Y si nos había sorprendido la curiosa iglesia de la otra aldea, la de San Juan Chamula nos deja alucinados. El exterior del templo, que llama la atención por su blanco inmaculado, presenta un interior sobrecogedor. Al traspasar el portón de entrada uno no puede más que quedarse estupefacto al descubrir el fuerte olor a incienso, el suelo totalmente cubierto por hojas de pinaza, miles de pequeñas velas brillando por todas partes  y que apenas pueden iluminar la tétrica oscuridad del templo y una interminable fila de santos ante los que una multitud de indígenas rezan arrodillados y cantan en voz alta de manera llamativamente teatral y dramática. En definitiva, un lugar impresionante. Por desgracia, tomar fotos aquí puede también acarrear graves problemas.





En el camino de regreso a San Cristobal contemplamos lo que aquí se conoce como el “cinturón de la miseria”. Se trata de los paupérrimos y violentos barrios marginales que rodean la ciudad y donde malviven miles de indígenas, muchos de los cuales fueron expulsados de sus comunidades por conflictos religiosos.
Ya que las lluvias nos han disuadido de continuar en ruta, decidimos quedarnos más días gozando de la tranquilidad y del encanto de San Cristobal, junto con Oscar, con quien lo estamos pasando genial.


Hoy exploramos la variopinta amalgama de gentes y estímulos que saturan los atestados corredores que recorren el enorme y bullicioso mercado de la ciudad. 





Descubrimos a un buen grupo de gente que se acumula frente a una de las paradas, bloqueando el paso del resto de personas que tratamos de avanzar lentamente y a trompicones por el estrecho pasillo. Al alcanzar la zona del tumulto, descubrimos que toda esta gente se ha detenido para ver las imágenes que se están emitiendo desde el televisor de una parada en la que se venden películas. Se trata de una grabación casera que muestra las espeluznantes imágenes de una muchedumbre de personas que están linchando a varios hombres y que tras atarlos y rociarlos con gasolina los queman vivos mientras todo el mundo se dedica a grabar la escena con sus teléfonos móviles indiferentes a los gritos de las víctimas. No podemos mirar el televisor más que unos segundos, es insoportable. El aterrador vídeo se vende por un euro. Lo curioso del caso es que más tarde descubrimos que el hecho se produjo hace cuatro días en el poblado indígena de San Juan Chamula, el lugar al que ayer llegamos con nuestras bicis. Lo que ocurrió fue que tres sujetos violaron, torturaron y asesinaron a una mujer. Fueron sorprendidos por algunas personas del pueblo tratando de deshacerse del cadáver, y una muchedumbre los linchó y los quemó vivos. El mes pasado ocurrió lo mismo con unos tipos que asaltaron a un taxista.
A veces da miedo pensar en cómo las gastan por aquí por el hecho de que sea el pueblo quien se tome la justicia por su mano debido al sistema de usos y costumbres. Pero así se protege esta gente, una forma certera de disuadir a quién pretenda causarles problemas.
Una nueva tormenta tropical retrasa nuestra salida de San Cristóbal, aunque tampoco nos importa mucho a estas alturas, ya estamos más que resignados, además de que aquí se está de maravilla.
Volvemos a tener que tomar un bus para dirigirnos a nuestro siguiente destino. El trayecto hasta la estación discurre por calles que se han convertido en ríos debido a la tormenta que no cesa.
Tomamos el que esperamos sea nuestro último bus en el país. Nos dirigimos a la península de Yucatán, donde ojalá podamos regresar a las bicis en la recta final del periplo mexicano.