LA LLEGADA
La obstinada monotonía azul con la que el horizonte
nos ha estado aburriendo durante horas, se ve súbitamente truncada por la
abrupta aparición de lejanas y enormes montañas que lucen un blanco inmaculado.
A través de la ventana del avión que nos dirige a
Nepal, contemplamos como, a medida que nos acercamos, los escarpados picos
adquieren un tamaño descomunal y un aspecto imponente.
Las sobrecogedoras y colosales montañas de la
cordillera del Himalaya nos dan su abrumadora bienvenida.
EL HOGAR
Nuestro lugar de residencia durante los próximos meses se encuentra
situado en el distrito rural de Duwakot, cercano a la antigua ciudad de
Bhaktapur, donde una encantadora familia nos ha alquilado una modesta habitación
en su casa, cercana al orfanato donde desarrollaremos nuestro proyecto de
cooperación. El precio del alquiler asciende a 28 euros mensuales, una cifra
más que irrisoria, teniendo en cuenta que nos brindan la exclusiva e impagable
oportunidad de convivir con ellos y sumergirnos en su realidad de una forma
insólitamente cercana y directa.
Nuestra pequeña estancia se compone de una durísima cama, un viejo e
incómodo sofá y un desconchado armario metálico. De las paredes penden retratos
familiares y dibujos iconográficos que muestran representaciones de
ornamentadas deidades hindúes.
Pero este espartano habitáculo esconde un lujo sin igual en forma de
dos ventanas mágicas. Desde una contemplamos como el sol se despereza tras las
montañas, obsequiándonos con unos despertares maravillosos, y desde la otra
observamos el espectral aspecto que presenta el valle cuando la niebla matinal
lo cubre con su denso manto, rasgado tan solo por las copas de los árboles y
por los tejados de las casas más altas.
Nuestro despertador es el tañido de las pequeñas campanas que la gente
hace sonar en el momento de realizar sus rezos matutinos.
Todos los miembros de la familia duermen en la misma habitación, en la
que también está la cocina, como en la mayoría de casas. Así que, cada mañana,
como intrusos, nos colamos en su dormitorio-cocina para preparar un té bien
caliente que tomamos juntos. También ellos invaden nuestra habitación sin
reparo. En Nepal, el concepto de intimidad se entiende de forma totalmente
diferente, pero es algo inherente a su cultura y ya nos hemos acostumbrado.
Aquí, rodeados de campos, vacas sagradas y humildes viviendas,
dejaremos atrás el agotador trasiego de los últimos meses. Y aquí, escoltados
permanentemente por los nevados picos del Himalaya, que muestran su
espectacular estampa en el horizonte, trataremos de poner un pequeño grano de
azúcar en las difíciles vidas de los niños.
LA FAMILIA
Sentirnos como en casa cuando estamos tan lejos y donde todo es tan
distinto se antojaba, cuanto menos, complicado. Pero, gracias a esta familia,
ha resultado no serlo en absoluto. El trato que nos están dispensando desde el
primer día, está siendo tan cordial, atento y generoso, que hace que las
evidentes carencias del lugar, no supongan ningún contratiempo, y, aunque no
hemos venido aquí a vivir rodeados de comodidades, no echarlas de menos es toda
una suerte.
A falta de nuestras madres, Daia es lo más parecido a ellas que hemos
tenido en los últimos meses. Siempre preocupada por nuestro bienestar,
nos ha facilitado nuestra adaptación y nos está haciendo sentir verdaderamente
cómodos. Además es una gran cocinera, algo que aquí, dada nuestra aburrida
dieta en el orfanato (arroz blanco con acelgas y caldo de lentejas, día y
noche) es de agradecer. De tanto en tanto prepara alguna cena especial que
devoramos como fieras.
Raskuma, su marido, es igual de amable y generoso, aunque no
pasa muchos días seguidos en casa, debido a su trabajo para la armada
nepalí.
Dibia, la hija mayor, tiene trece años y habla inglés, con lo que los
problemas de comunicación quedan resueltos. A pesar de ello, tratamos de
desenvolvernos en nepalí, aunque, de momento, a un nivel muy básico.
Iunic es el pequeño, tiene ocho años y nos espera cada noche para
jugar un rato a cualquier cosa, el problema es que es exageradamente tramposo.
Podemos decir que a lo largo de nuestro viaje nos está acompañando la
suerte, pero, sin duda, una de las mayores ha sido encontrarlos a ellos.
EL ORFANATO
A pocos minutos de nuestra casa y descendiendo un irregular camino de
tierra flanqueado por cultivos y algunas viviendas, encontramos el Orphan
children Rescue Center, el orfanato en el que estamos cooperando como
voluntarios para la Fundación Privada Okume AZ. Se trata de un austero edificio
color cemento compuesto por tres plantas y un huerto del que extraen las
verduras con las que se alimentan los veinte niños que aquí conviven. Sus
edades abarcan entre los cinco y los dieciséis años. Las condiciones del lugar
son bastante precarias . No disponen de agua caliente, algo que en el invierno
nepalí es realmente duro, algunas de las instalaciones se encuentran en un
estado lamentable, la higiene es escasa, la alimentación es pobre (comen arroz
con verduras y caldo de lentejas dos veces al día, dos o tres veces al mes ingieren
carne o algún huevo y algún día comen alguna fruta), etc.
Los
veinte niños son geniales, sin duda, son lo mejor de esta nueva experiencia.
Nos han recibido con mucho afecto y nos encanta estar con ellos, aunque son
agotadores, sobre todo los pequeños. Son increíblemente alegres y
cariñosos, lo que contrasta con sus tristes y, en muchos casos, dramáticas
historias.
Nuestro proyecto abarca varios frentes y
nuestras energías están dirigidas a tratar de solventar cuestiones referentes a
carencias de varios tipos como alimentación, educación, ropa, material escolar,
instalaciones, etc.
DUWAKOT Y SU GENTE
Situado a escasos quilómetros de la
ciudad de Bhaktapur, Duwacot es un área rural y, como casi todo en Nepal, muy
humilde, no en vano nos encontramos en uno de los países más pobres del mundo.
Una única y maltrecha carretera es su
principal vía de comunicación, y se encuentra flanqueada por pequeños y adustos
comercios. Por ella circulan los destartalados y abarrotados buses que van y
vienen de Kathmandu, la capital del país, que se encuentra a unos quince
quilómetros.
Lo demás son infinitos
caminos de arena y piedra que se pierden entre los campos. Encontramos pequeños
templos por todas partes. Viejas y austeras viviendas de ladrillo o adobe,
contrastan con otras más nuevas que llaman la atención por su tamaño y
llamativos colores. Aquí, muchos pobres y algunos pocos adinerados, comparten
vecindario. El resto son vacas, cabras, gallinas y perros que campan por
doquier.
El tiempo pasa despacio. Los ancianos se tumban al sol frente a las
puertas de sus casas o en los tejados y dejan pasar las horas.
Sin duda, en Nepal, hemos
encontrado a la gente más simpática y risueña desde que empezamos nuestra
aventura hace más de cuatro meses. Ya son muchas las casas en las que hemos
sido invitados al típico y dulcísimo té con leche con el que los locales honran
a los visitantes. El té, elemento importante en la cultura nepalí, está
presente a todas horas y en todas partes.
En Duwakot, no están demasiado
acostumbrados a ver extranjeros, así que la sonrisa está más que asegurada, al
igual que el solemne Namaste! con el que nos saludan.
BHAKTAPUR
Situada en el Valle de Kathmandu,
Bhaktapur es una preciosa ciudad histórica y un importante centro religioso.
Repleta de antiguos templos y pagodas, se trata de uno de los principales
centros turísticos del país.
Desde nuestra casa, llegamos a ella en
un paseo de treita minutos. Es necesario pagar entrada para visitarla, pero,
por supuesto, nuestra familia ya nos ha revelado el truco para entrar
callejeando y evitando el pago.
NOSOTROS
Continuamos encantados con nuestra singladura y seguimos dispuestos a
exprimir esta nueva etapa con la ilusión intacta, dando gracias cada día por
tener la inconmensurable fortuna de poder vivir como vivimos.