Escapando del cruel
frío invernal del Valle de Kathmandu y para disfrutar de los últimos días que
Fina estará con nosotros, hemos decidido desplazarnos a la zona del Terai, que
es el nombre que recibe toda la llanura que conforma el sur de Nepal. Nuestro
destino es el Parque Nacional de Chitwan, formado por espesos bosques
tropicales, y uno de los más famosos de toda Asia, debido a la enorme cantidad de
fauna y flora que alberga.
El objetivo
principal es adentrarnos en la jungla para intentar avistar alguno de los
imponentes animales que la habitan. Aquí conviven, en total libertad,
diferentes especies atípicas, como el rinoceronte indio de un solo cuerno, el elefante
asiático, el tigre de Bengala, el cocodrilo Gavial y el oso perezoso. También
se pueden ver multitud de tipos de serpientes, como cobras o pitones,
diferentes especies de monos, ciervos, jabalís, leopardos,
tortugas, lagartos, delfines de río, cientos de especies de aves, una enorme
variedad de insectos, etcétera.
Nos alojamos en el bonito y tranquilo pueblo de Sauraha, situado a orillas del río Rapti, que marca la frontera con el parque. Tan solo hay que cruzar el río para entrar en la reserva.
Los elefantes juegan un papel importante en la vida del lugar. Es curioso ver cómo circulan por la carretera como cualquier otro vehículo y cómo la gente los aparca en sus jardines. Sus domadores permiten que los turistas se bañen con ellos en el río a cambio de unas pocas rupias. ¡Menuda turistada!
Nos alojamos en el bonito y tranquilo pueblo de Sauraha, situado a orillas del río Rapti, que marca la frontera con el parque. Tan solo hay que cruzar el río para entrar en la reserva.
Los elefantes juegan un papel importante en la vida del lugar. Es curioso ver cómo circulan por la carretera como cualquier otro vehículo y cómo la gente los aparca en sus jardines. Sus domadores permiten que los turistas se bañen con ellos en el río a cambio de unas pocas rupias. ¡Menuda turistada!
El principal
problema que debemos resolver es cómo vamos a introducirnos en la jungla con
garantías de seguridad y de ver fauna salvaje, aunque nos tememos que en este
entorno, la palabra garantía no tiene cabida. Nuestra Lonely Planet advierte del riesgo que conlleva
adentrarse en la jungla y encontrarse frente a frente con animales que pueden
matar a una persona en un abrir y cerrar de ojos, de hecho explica que algunos
turistas han sufrido ataques graves. Los guías locales, evidentemente y
salvaguardando su interés, le quitan hierro al asunto, aunque incluso ellos
indican que hay cierto peligro. Otro problema es averiguar de qué guía fiarse y
si es un verdadero profesional, porque esto es un hervidero de timadores
disfrazados con sombrero verde y pantalón de safari.
Básicamente, las tres
opciones que aquí se ofrecen son: la más famosa, turística y segura, aunque
bastante incómoda y con aleatorias garantías de ver animales, es recorrer un
tramo de la jungla subido a lomos de un elefante amaestrado, ya que ninguna
fiera ataca a los elefantes, salvo los elefantes salvajes. Otra es recorrer la
pista forestal que cruza parte de la selva en un jeep, también una opción muy
segura, pero las posibilidades de avistar fauna se reducen a que un animal
cruce la pista justo delante del vehículo, ya que la frondosa y alta vegetación
no permite ver nada fuera del camino. Y la tercera opción es la que, sin duda,
ofrece una mayor probabilidad de poder observar animales, pero es, también sin
duda, la menos segura y más arriesgada de todas. Se trata de penetrar a pie en
la jungla, acompañado por dos guías armados con palos y caminar a través de
ella durante horas. La experiencia puede ser impresionante, pero el peligro que
conlleva, reducido pero significativo, nos hace descartar esta propuesta de
entrada, a pesar de que las otras dos no nos parecen muy interesantes.
Como estamos
hechos un lío y necesitamos un tiempo para pensar y seguir consultando antes de
tomar una decisión, pasaremos unos días llevando a cabo otras actividades
interesantes que se pueden realizar por la zona, al margen de descansar en este maravilloso lugar y disfrutar de la agradable temperatura tropical y de los atardeceres junto al río.
Recorremos los
alrededores de Sauraha, caminando y en bici.
El paisaje, totalmente natural, es
precioso. Seguimos un bonito camino flanqueado por multitud de arbustos de
marihuana silvestre. Llegamos a un antiquísimo poblado tharu, formado por casas de adobe
y campos sembrados.
Los tharu son los aborígenes de la zona. Poseedores de una
resistencia innata a la malaria, se dedican casi exclusivamente a la
agricultura. Construyen torres de vigilancia en sus campos y por las noches se
turnan para detectar la posible llegada de animales procedentes de la jungla, que
tratan de devorar las cosechas. No es extraño que los habitantes de estas
aldeas, sobre todo niños y ancianos, sufran ataques de animales salvajes.
Cerca descubrimos
un grupo de personas que, guiados por un gurú, se encuentran rezando al sol e
invocando al dios Shiva, que supuestamente ha de introducirse en su interior y
curar sus enfermedades. La cosa se pone extraña cuando algunos de ellos
empiezan a entrar en trance, poner sus ojos en blanco, gritar, llorar,
desplomarse, revolcarse, etcétera. Mejor marcharse porque están un tanto
descontrolados.
Tras un par de
días por aquí, y después de hacer acopio de información, consultando agencias,
guías y turistas, valoramos todas las posibilidades y decidimos que, finalmente,
lo que haremos será introducirnos en la selva a pie, caminando con dos guías
durante todo un día.
Es algo
arriesgado, pero también es la opción más interesante, con diferencia.
Hemos contactado
con una agencia de guías realmente profesionales y nos transmiten bastante
seguridad. Fina no nos acompañará, porque aún arrastra dolor en una rodilla
tras el trekking del Annapurna y aquí es mejor estar al cien por cien por si
hay que salir corriendo.
Mañana será el
día.
Nos ha costado
conciliar el sueño, los nervios han atacado esta noche.
Muy temprano, por
la mañana, nos dirigimos a la orilla del río con nuestros dos guías, donde un rudimentario
tronco tallado en forma de canoa nos espera para cruzarnos al otro lado. Ahora
estamos en el lado seguro, en el de los hoteles y la civilización. El otro
lado, el de la jungla, que ahora se encuentra cubierto por una espesa y
disuasoria niebla, se antoja inquietante y hostil. Estamos muy nerviosos.
Subimos a la embarcación y empezamos a atravesar las mansas aguas. Un par de
minutos y ya estamos casi en la otra orilla. Con la mirada puesta fijamente en
la difuminada y oscura espesura, notamos como el estómago se contrae, mientras
pensamos que aún estamos a tiempo de volver atrás. Pero la curiosidad es más
fuerte y la adrenalina empuja.
Volvemos a pisar
tierra, pero esta vez la del lado salvaje, la del lado estremecedor y
desconocido.
Es increíble, tan
solo hay que cruzar un río para, automáticamente, descender unos cuantos
puestos en la cadena alimentaria. Aquí ya no estamos en la cúspide, hay una
nueva jerarquía en la que no ostentamos el estatus de principales depredadores.
La sensación de absoluta vulnerabilidad se refleja en la debilidad que ahora
sienten nuestras piernas.
Unos metros nos
separan de la homogénea masa selvática, y nos encaminamos hacia ella, con un
guía delante y otro detrás.
La visión de una pista forestal que aparece ante
nosotros nos transfiere relativa tranquilidad. Empezamos a caminar a través de
ella, adentrándonos en la jungla, pero
al ser un camino despejado de unos tres metros de ancho, podemos ver, más o
menos, lo que tenemos delante y detrás. La compacta niebla obstaculiza la
visibilidad a unos veinte metros. El problema viene cuando miramos hacia la
verde y densa maraña que nos flanquea. Podría haber cualquier animal tras ella,
a escasos dos metros de nosotros y no lo veríamos. Avanzamos mirando de reojo a
nuestros lados. Y cada pocos segundos nos giramos instintivamente a vigilar la
retaguardia. El silencio es casi total, tan solo interrumpido por el extraño
canto de algunas aves y por el crujido de las hojas secas que van impactando en
las ramas al desprenderse y que nos dan unos sustos de muerte. Mientras
caminamos, uno de nuestros guías va explicando, en voz baja, qué clase de animales
habitan en el parque y cómo debemos actuar ante un encuentro fortuito con
algunos de ellos. Que el rinoceronte no ve a más de treinta metros, aunque
puede distinguir el movimiento, de forma que hay que permanecer inmóviles.
Suele atacar si está con sus crías, así que si se dispone a cargar, hay que
trepar rápidamente a un árbol robusto. Es el peligro más común con el que se
enfrentan los turistas. Que el elefante salvaje es muy peligroso y en esta zona
hay unos cuantos, uno de los cuales mató la semana pasada a una mujer local que
se adentró en la jungla a recoger hierba para dar de comer a sus animales.
Matan a muchos lugareños cada año. Lo que hay que hacer es correr mucho. Que es
difícil topar con un tigre, pero si eso ocurre hay que retroceder lentamente
sin perder el contacto visual. No suele atacar a humanos, pero si lo hace no
hay nada que hacer. Que el animal más peligroso y temido, incluso más que el
tigre, es el oso perezoso. Aunque se alimenta básicamente de termitas y
hormigas, es muy agresivo y ataca a la cara, además es tan rápido como nosotros
y trepa a los árboles fácilmente.
Mientras el guía
va hablando, el miedo nos va atenazando y nos preguntamos qué narices estamos
haciendo aquí. De repente se oye un ruido, los guías se detienen y algo grande
cruza frente a nosotros, entre la niebla. Tenemos el corazón en un puño, hasta
que distinguimos un grupo de grandes y fornidos ciervos con enormes cornamentas
que corren y frenan para observarnos. Pasado el susto inicial los contemplamos
durante unos segundos hasta que se pierden entre la hierba. Son preciosos y
elegantes, esto se anima.
Al poco, un
pájaro gigantesco sobrevuela nuestras cabezas. Nos detenemos sorprendidos por
su tamaño. El ave decide aterrizar unos metros más adelante, en mitad del
camino. Se trata de un precioso y colorido pavo real con una cola larguísima.
Es de color azul, muy llamativo. Ni siquiera sabíamos que los pavos reales
podían volar así. Reposando en la rama de un árbol presenta un aspecto
espectacular.
Poco después la
niebla decide disiparse y el sol empieza a saludarnos en forma de cálida
caricia. La visibilidad ya es total, de manera que nuestros guías deciden que
ya es hora de abandonar el camino y adentrarnos en la espesura.
Así que se
acabó la relativa tranquilidad, empieza el miedo de verdad. Nos rodean árboles de enormes
troncos, altísimos arbustos, lianas que cuelgan por todas partes, enredaderas y
demás vegetación parásita que lo cubre todo. No se ve nada, así que es
fundamental caminar en silencio para escuchar los sonidos y detectar animales
cercanos. El canto de extraños pájaros, que nos acompaña desde hace un rato, es
realmente sorprendente.
Mientras
caminamos, observamos multitud de excrementos de rinoceronte, algunos demasiado
recientes, de hace tan solo unas horas. Contemplamos las marcas que los tigres
graban a zarpazos en la corteza de algún tronco para marcar su territorio.
Descubrimos los profundos agujeros que los osos perezosos excavan en el suelo
en busca de hormigas, o las gruesas ramas partidas que los elefantes dejan a su
paso. Nuestro guía identifica huellas de tigre que corren tras otras huellas,
en este caso de ciervo. También observamos enormes huellas de rinoceronte y
elefante salvaje que se hunden en el fango. La selva es como un jeroglífico
viviente.
Es inquietante y
emocionante saber que estamos caminando por donde no hace mucho han pasado
todos estos animales, que están cerca y que estamos a su mismo nivel.
Contemplamos monos
que huyen cuando nos acercamos, insectos extraños, sorprendentes pájaros de
colores, familias de ciervos que corren, siempre observando en la distancia la
posible presencia de depredadores. Estamos más relajados y muy entretenidos
observando el nutrido despliegue de vida con el que nos obsequia la jungla.
Pero de repente,
un extraño y potente sonido, similar a un grito desgarrador que retumba, nos
paraliza. Hasta los pájaros han parado de cantar. Los guías identifican el
sonido de un oso y nos piden que estemos quietos y en silencio. Agachados, esperamos, mientras el corazón palpita taquicárdico.
Súbitamente escuchamos que algo
corre y se acerca muy, muy rápido por entre los arbustos. No vemos nada, pero se
acerca veloz, ya está aquí, y de entre la tupida vegetación aparecen tres
jabalís que pasan corriendo a gran velocidad junto a nosotros, como huyendo de
algo. Estamos paralizados.
Es curioso que
los jabalís, que en otro lugar nos asustarían mucho, aquí son lo de menos. Lo peligroso es lo que corre tras ellos.
Pasado el susto,
seguimos avanzando bajo la atenta mirada de un langur que está encaramado en la
copa de un árbol. Los langures son grandes monos de pelo gris claro, larga cola
y cara totalmente negra.
Las horas
transcurren sin más sobresaltos importantes y decidimos caminar junto a un río.
Enormes cocodrilos se calientan al sol en ambas orillas, uno de ellos es un
gavial, fácilmente identificable por su morro fino. Los demás son cocodrilos de
las marismas. El gavial sólo se alimenta de pescado, mientras que los otros,
que son omnívoros, pueden incluso comerse a una persona.
De repente uno de
los guías nos dice que nos detengamos, que le ha parecido ver alguna cosa al
otro lado del río. Nos señala algo que sobresale ligeramente por encima de la
alta hierba y que, según él, se mueve lentamente. Podría ser la espalda de
algún gran animal. Lo que sea, está muy lejos, y nosotros apenas lo vemos, ni
con prismáticos, así que decidimos esperar.
Poco a poco
empezamos a distinguir su movimiento, en dirección al río, pero de momento
camina despacio entre la espesura. Estamos ansiosos por ver como algo
grande aparece entre la opaca maraña y sale a campo abierto, ya que la orilla
está despejada de vegetación.
Y, al rato, una
gigantesca cabeza gobernada por un gran cuerno asoma entre las ramas, y
seguidamente el resto del inmenso y robusto cuerpo. Se trata de un rinoceronte
enorme.
Camina muy lentamente, y mientras bebe agua, observamos curiosos los
extraños pliegues de gruesa piel que forman su espectacular armadura. Para los
que no estamos acostumbrados, este tipo de visiones nos parecen irreales. Nuestra
posición es segura, el agua nos separa y nos protege, pero cuando la enorme
bestia empieza a cruzar el río, justo frente a nosotros, decidimos marcharnos
lejos.
Un rato después, damos por terminada nuestra aventura selvática con un buen balance de interesantes avistamientos, especialmente el del rinoceronte. Además ha sido una experiencia verdaderamente emocionante, más que recomendable, siempre que no se padezca del corazón.
Al día siguiente
y para satisfacer las ganas de Fina de penetrar en la jungla, un elefante
servirá de vehículo para llevar a cabo otra incursión, que también será más que
satisfactoria, debido al avistamiento de una madre rinoceronte y su pequeño,
que pasa todo el tiempo mamando.
Abandonamos
Chitwan, un lugar fantástico, y regresamos a Duwakot, donde nos esperan nuestra
familia y los niños del orfanato, que entre los días en las montañas y éstos
últimos en el sur, no nos han visto en mucho tiempo. Ahora volveremos a
disfrutar de ellos.
Hace bastante que no tenemos que decir adiós a nadie, pero hoy toca despedirnos de
Fina, que vuelve a casa. Qué rápido han pasado estos días. Los
hemos disfrutado mucho, esperamos que ella también, y que su experiencia aquí
haya sido enriquecedora. Sabemos que ha vivido situaciones que no la han dejado
indiferente, muchas de las cuales serán digeridas cuando ya no esté aquí.
Decidimos pasar
el último día en nuestra ciudad favorita, Bhaktapur, que a los tres nos
encanta.
Ya en casa, Daya, que es una estupenda anfitriona, agasaja a Fina con todo tipo de regalos. Después prepara una suculenta cena de despedida. El postre lo ponemos nosotros, un super turrón de yema casero que nos quedaba en la reserva. Lo devoramos en segundos. Aquí adoran todo lo dulce, así que no podía fallar.
Muaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa esto es para llorar y yo aquí en casa jejejej a ver si nos vemos por el sudesteasiatico. Saludos Samuel
ResponderEliminarUau!!! Qué sensación! Ayer aquí y hoy en casa... Ha sido una experiencia fantástica y sobretodo emotiva... El placer de vivirlo con vosotros.
ResponderEliminarOs quiero, hasta pronto........Mum
Fina estaís muy guapas en la foto tu y Claudia con los trajes de allí.
EliminarTATA
Hola! Aquesta ha estat una de les millor experiències que de moment hem llegit. Tot i que en cadascuna us supereu. La sensació d'entrar a la selva, mentre ho llegíem també se'ns accelerava el cor. Be, ens alegrem que esteu bé, sans i estalvis. M'alegro molt que ho hagis pogut compartir amb la teva mare i ja és algo que us quedarà per tota la vida.
ResponderEliminarUn petó enorme i continueu així!
reportero tribulete,cada dia estas más top fire.
Eliminarsaludos barceloneses
babu
HOLA MACHOTES, que valor que tenéis no tenéis miedo a nada yo tengo que hacer el recorrido por la selva y me ... Patas abajo, yo recorro todo desde el sofá y sín peligro jejejeje. La Fina atevida en el elefante, espero que la rodilla la tenga mejor y como ya esta en casa podrá reposar, como siempre me dejáis sin palabras con los relatos y las fotos, y vosotros guapísimos como siempre. Los niños seven contentos con vosotros y ya se que comieron arroz a la cubana una experiencia nueva para ellos, seguid así no cambieis nunca besazos y asta la proxima entrega que sea pronto os quiero.
ResponderEliminarTATA
Òstres!
ResponderEliminarQuè emocionant!
Ha estat un gust llegir-vos, quina crònica!
Fins la pròxima!
Hola mis héroes,las postales muy chulas a veis tenido una idea muy original, yo ya las tengo todas vendidas,muchos MUUUUAAAAASSSSSSSSSS
ResponderEliminarTATA