En Nepal, a pesar de que, de tanto en
tanto, aprovechamos para hacer algo de turismo, mantenemos una vida muy
diferente a la del turista. El hecho de estar instalados en Duwakot y de
convivir con una familia, nos otorga una serie de privilegios que están haciendo
de nuestra estancia, una experiencia realmente enriquecedora. Estamos
descubriendo de primera mano muchos de los elementos que rodean la forma de
vida y la cultura de la sociedad nepalí.
Los habitantes
de Nepal se distribuyen en más de sesenta grupos étnicos. Los conceptos
socioculturales dominantes son los de casta y estatus, lo que genera una serie
de jerarquías. La casta determina, en cierto modo, el estatus, la profesión, el
cónyuge y el tipo de relación con las personas de otra casta. Aunque los
límites que impone este sistema se van flexibilizando paulatinamente.
Hemos sido muy
afortunados al haber sido invitados a algunas de las celebraciones más significativas
que aquí tienen lugar.
La primera de
ellas ha sido un interesante ceremonial newari llevado a cabo por una familia
del pueblo. Los newari son un grupo étnico importante en el valle de Kathmandu,
y han desarrollado una serie de costumbres y liturgias particulares. Una de
ellas es el ritual de iniciación de Gufa, por el que pasan todas las niñas
antes de la menstruación. Se trata de un casamiento simbólico con el dios
Visnú. Deben estar doce días encerradas en una habitación a oscuras, sin poder
ver la luz del sol y sin que puedan tener contacto con ningún hombre. El día
doce finaliza su encierro y se lleva a cabo una gran fiesta, donde los
invitados deben aplicar un tika en la frente de las niñas, que es un símbolo de
bendición, para después disfrutar de un gran banquete. Cada cierto tiempo, una
de estas niñas acaba siendo considerada una diosa viviente, y se la denomina
Kumari, después de un estricto proceso de selección similar al empleado para
designar al Dalai Lama.
Está claro que
la religión es una de las piedras angulares de la sociedad nepalí, en la que el
hinduismo y el budismo se han combinado sincréticamente. Aquí la oración y el
ritual forman parte de la vida cotidiana, al igual que la omnipresencia de los
dioses, que influyen constantemente en todo lo que acontece. Por todas partes
se encuentran grandes y pequeños templos, stupas, pagodas, estatuas e imágenes
divinas, etcétera.
De tanto en
tanto acompañamos a los niños del orfanato a la escuela, a la que se llega tras
un paseo de media hora. Allí, ocasionalmente, hemos impartido alguna clase de
educación para la salud. Además, cerca, se encuentra nuestro restaurante
favorito, un tugurio construido con hojalata y cartones, en el que hacen las
mejores somosas de la zona y donde comemos por unos cincuenta céntimos de euro.
En el colegio,
hemos entablado amistad con Gunna, uno de los profesores, que nos ha invitado a
la boda de la hija de su hermano. Por supuesto, hemos aceptado encantados. Así que hemos decidido adecentar un poco nuestro aspecto.
El
problema es que la ceremonia se llevará a cabo en Dankhuta, una ciudad muy
alejada, al este de Nepal. La distancia es de unos quinientos quilómetros, pero
eso aquí se traduce en 15 horas de bus a través de una insufrible y peligrosa carretera.
Viajamos Gunna,
su hijo Aria, de once años, y nosotros.
Su mujer y su hijo pequeño, Aditia, ya
se encuentran en Dhankuta, aunque ellos llegaron unos días antes en avión.
Nosotros hemos preferido viajar en bus debido a que los vuelos internos en
Nepal no tienen muy buena fama. Desde que estamos aquí, ya se han producido dos
accidentes aéreos. Tampoco viajar de noche en bus es muy recomendable, pero de
alguna forma hay que llegar.
Aún así, a las
pocas horas de iniciar el trayecto, ya nos estamos arrepintiendo de no haber
viajado en avión.
Hemos
descubierto que los buses de largo recorrido, aquí, son toda una aventura y una
tortura. Vehículos destartalados, suspensiones destrozadas, ventanas que no se
cierran, mucho frío, asientos durísimos, carreteras sin asfaltar y sin iluminar,
y para colmo, conducen como temerarios. Evidentemente, imposible dormir ni un
minuto. Y nos quejábamos de la tercera clase de los trenes chinos. Siempre hay
algo peor…
Llevamos algo
más de doce horas de trayecto, son las cuatro de la madrugada y al llegar a la
población de Itahari, una fuerte pedrada que rompe una de las ventanas de
nuestro bus, nos hace tomar contacto directo con la desgraciada realidad que
sufre el país como consecuencia de su inestabilidad política.
Acabamos de entrar
en el territorio que ancestralmente pertenece a los aborígenes Limbu, los
cuales reclaman al gobierno determinados derechos de autonomía. Como medida de
presión han llevado a cabo un levantamiento y han decidido cortar las
carreteras. No es que hayan colocado una barrera a partir de la cual no se
puede continuar, lo que hacen es detener a los vehículos a pedradas y de esta
manera informan de que están realizando una protesta y que a quien pretenda
continuar en la carretera le puede suceder cualquier cosa. Tampoco se permite
la actividad en fábricas ni escuelas.
Ante semejante
advertencia, no queda otra opción que descender del bus. Todavía faltan varias
horas para que amanezca y el frío es desgarrador. Por fortuna, en Itahari viven
varios familiares de Gunna, así que nos presentamos de forma intempestiva en la
casa de una de sus hermanas, quien, con cara de sueño, nos prepara un
reconfortante té caliente y una cama.
Por la mañana y
algo inquietos por el conflicto existente en la zona, tratamos de averiguar
algo más sobre éste. Queremos saber si es buena idea estar por aquí.
Supuestamente no corremos ningún peligro. Al parecer, este tipo de
acontecimientos son muy frecuentes y se viven con normalidad, al margen de la
molestia que ocasiona la incomunicación que generan las carreteras cortadas.
Así que, ya más relajados, decidimos disfrutar de la estancia, con la
incertidumbre de cómo vamos a llegar hasta el lugar donde se celebrará la boda
dentro de dos días, ya que, de momento, no hay fecha fijada para el final del
levantamiento. Los representantes de los Limbu y los del gobierno se encuentran
reunidos y hasta que el diálogo no fructifique en una solución que satisfaga a
ambas partes, la situación continuará fuera de control.
Esta clase de
incidentes tienen lugar en un país que actualmente se recupera de la guerra
civil que lo desangró durante diez años y que acabó hace escasamente cinco, con
la victoria de la insurrección comunista-maoísta.
Actualmente
coexisten diferentes conflictos internos que, junto con la complicada situación
económica, provocan multitud de protestas, levantamientos, disturbios y medidas
policiales severas, sobretodo en el Valle de Kathmandu, donde nosotros vivimos.
Más de una vez, hemos sufrido los inconvenientes que generan estas situaciones.
En una ocasión tuvimos que recorrer a pie los trece quilómetros que separan la
ciudad de Kathmandu de nuestra casa. La larga y recta carretera estaba
bloqueada. Sobre el asfalto ardían neumáticos. Grandes grupos de personas que
portaban banderas y pancartas se apilaban en los cruces. Algunos lanzaban
pedruscos sobre el asfalto para evitar la circulación de cualquier vehículo.
Por todas partes, policías armados y protegidos con cascos, escudos y chalecos
anti balas se mantenían expectantes. En el horizonte, elevándose a gran altura,
oscuras columnas de humo proveniente de los neumáticos quemados, nos informaban
de que el panorama iba a ser el mismo en muchos quilómetros. Y, caminando por
la carretera, cual éxodo, cientos de personas y nosotros. Al ir alejándonos de la ciudad, la ancha carretera se iba quedando desierta, presentando un aspecto realmente apocalíptico. Un joven estudiante
se prestó a acompañarnos un trecho y nos tranquilizó al explicarnos que estas
situaciones son frecuentes. Aún así, la experiencia no fue nada agradable y era
inevitable caminar pensando que la cosa se podría descontrolar. Más aún al
saber que la gente se manifestaba en protesta por el asesinato a pedradas de un
joven político a manos de jóvenes del partido maoísta opositor el día anterior.
Recorrimos los trece quilómetros muy, muy rápido.
Dawn of the dead
En Nepal
ocurren más cosas verdaderamente sorprendentes e inquietantes. Hace tan solo
diez años, según el
relato de algunos funcionarios gubernamentales, el príncipe heredero Dipendra, al regresar a palacio tras una
salida nocturna, asesinó a tiros a su padre, el rey Birendra, a la reina y a
otros miembros de la familia real, como consecuencia de una discusión familiar.
Más tarde intentó suicidarse, pero Dipendra se mantuvo con vida, y, aunque cayó
en estado de coma, fue proclamado rey en la cama del hospital, falleciendo tres
días más tarde. Tras su muerte, su tío Gyanendra accedió al trono. Éste es el relato
oficial, pero la gente del pueblo mantiene otra versión. Consideran que se
urdió una conspiración y que el asesinato en pleno del núcleo de la familia
real habría sido planeado por el que luego sería el rey y llevado a cabo por el
hijo de éste. Pocos años más tarde se disolvió la monarquía.
Queda claro que
la estabilidad política es una asignatura pendiente aquí, y no tiene visos de
superarse pronto.
Seguimos en
Itahari. Pasamos el día de casa en casa, tomando té en todas y cada una de
ellas. Gunna no se cansa de presentarnos a familiares y amigos que residen aquí,
y nosotros encantados. Es toda una experiencia.
La protesta
continúa al día siguiente, aunque los Limbu permiten circular a motocicletas y
vehículos de emergencia. Más que nada, intentan ocasionar molestias en el transporte
público, que aquí se reduce básicamente a autobuses, y a los camiones de
mercancías, que se encuentran estacionados en los márgenes de las carreteras.
Es su forma de fastidiar al mayor número de gente posible para hacerse oír.
Tampoco permiten circular a utilitarios para evitar que los propietarios de éstos
hagan su particular agosto ejerciendo de taxistas, aprovechando que no hay
buses.
Así pues, tres
hermanos de Gunna acuden en nuestra ayuda con tres motocicletas. En una de ellas
viajarán tres personas, pero aquí eso no es un problema, como tampoco lo es,
por supuesto, circular sin casco.
Tras un buen
rato disfrutando de un precioso paisaje subtropical y entumecidos por el frío
matinal, que se multiplica al viajar en moto, empezamos a ascender y descender
enormes montañas. Algún té caliente ayuda a hacer más llevadero el camino.
Unas
horas más tarde nos acercamos al lugar donde se va a celebrar la boda. Debemos
abandonar la carretera y empezar a circular por un impracticable camino de
tierra que, después de algún que otro percance sin importancia, nos conduce al
increíble lugar donde va a llevarse a cabo la ceremonia.
Nos hallamos en la
casa de la cuñada de Gunna, una solitaria vivienda rodeada de preciosos e
inmensos bancales de arroz. Un enclave verdaderamente idílico.
Cientos de
personas se han dado cita aquí para presenciar el enlace.
La liturgia da
comienzo y los invitados llevan a cabo el ritual en el que deben aplicar un tika
fabricado con arroz teñido de rojo en la frente de los novios, para después
proceder al lavado purificador de pies y manos. Finalmente entregan un presente
a la pareja.
A continuación, el sacerdote que oficia la ceremonia inicia un
largo y aburrido proceso cargado de simbolismo en el que se llevan a cabo la
lectura de textos sagrados, ofrendas a los dioses, purificación mediante fuego,
etc.
Mientras tanto,
los invitados nos turnamos para ir a comer. De varios enormes calderos nos
sirven arroz acompañado de col y judías, y para beber, una deliciosa leche
recién ordeñada. La zona está plagada de vacas y búfalos, así que los lácteos
de calidad son abundantes. El postre son unos exageradamente dulces caramelos
caseros.
Disfrutamos del banquete, comiendo siempre con la mano derecha. La mano
izquierda se utiliza para la higiene personal, y en los lavabos no se dispone
de papel higiénico, tan solo de un grifo
o un cubo con agua. Ese es el motivo por el que la sufrida mano izquierda se
considera impura y no se puede utilizar casi para nada en este país.
Tras la
comilona, los invitados empiezan a abandonar el lugar. La mayoría de ellos
viven cerca. Nosotros pasaremos aquí la fría noche. Después de cenar en la
rudimentaria cocina de la casa y sin electricidad, tratamos de calentarnos
alrededor de un buen fuego que quema troncos de bambú.
En Nepal, el
suministro eléctrico se corta cada día durante bastantes horas. Y,
evidentemente, hablar de calefacción es una utopía. La electricidad es uno de
esos preciados bienes en los que no reparamos hasta que desaparecen. Ahora ya
estamos más que acostumbrados, pero llevamos más de dos meses viviendo con
cortes eléctricos de más de quince horas al día, todos los días. Ésta es una de
esas cosas, como muchas otras aquí, que al principio generan una gran molestia
y que poco después nos hacen tomar conciencia de que en occidente vivimos con
muchísimas más cosas de las que necesitamos.
Al día
siguiente, las carreteras continúan cortadas, así que no podemos salir de aquí.
No sabemos cuánto puede durar esto. Ésta es otra de esas cosas, normales aquí e
impensables en otros lugares del globo, que nos enseñan a tomarnos la vida de
otra manera. Así que aprovechamos el tiempo para descubrir el espectacular
paisaje de los alrededores.
Otra noche aquí y por fin se levanta el
bloqueo que nos ha mantenido atrapados durante unos días, así que nos despedimos de la familia de Gunna.
Sin perder tiempo,
cogemos otro insoportable bus y escapamos antes de que la situación se revierta,
que puede ser en cualquier momento.