Se esfumó nuestro
tiempo en Nueva Zelanda. Mientras sobrevolamos el país, contemplamos desde la
altura muchas de las impresionantes montañas que hemos ascendido y muchos de
los maravillosos lugares que hemos tenido la fortuna de conocer. Qué fugaces
han transcurrido estos dos últimos meses y medio. Pocas veces nos hemos sentido
tan apenados al abandonar un lugar. Y es que, además de la insuperable belleza
de esta tierra, hemos despedido a un montón de buenos amigos, gente
verdaderamente especial.
Unas cuantas
incómodas horas más tarde, ya estamos aquí, aterrizando en las Américas, en Gringolandia,
como diría Dani, nuestro compañero de correrías laosianas.
Abandonamos el
verano neozelandés para cruzar el Pacífico y meternos de lleno en el invierno
de los Estados Unidos. Por suerte aterrizamos en la costa californiana, donde
el frío que nos aguarda no es el peor del país.
Pasamos más de
una hora haciendo cola en la aduana del aeropuerto de San Francisco a la
espera de la temida entrevista con los famosos e impopulares policías aeroportuarios
americanos. La tardanza no hace más que acrecentar los nervios, y más para
nosotros, que llevamos más de un año y medio sin pasar por casa saltando
países, que viajamos en bici y que, además, no tenemos el requerido vuelo para
abandonar el país porque aún no sabemos qué querremos hacer después de visitar
los Estados Unidos. Demasiadas cosas que explicar.
Al final, el
agente resulta no ser un ogro y lo que más le interesa es saber de dónde
sacamos el dinero para viajar durante tanto tiempo sin trabajar. Lo que le
preocupa es que nos queramos quedar aquí buscándonos la vida de ilegales. Nada
más lejos de la realidad, no en Gringolandia. No es plan de explicarle ahora todas
nuestras estrategias de supervivencia, entre otras cosas porque sería muy
largo, pero sobretodo, porque no se las iba a creer, ya que es difícil creer
que en cinco meses entre Australia y Nueva Zelanda, dos de los países más caros
del mundo, hayamos gastado tan sólo mil quinientos euros entre los dos, y viviendo más
que bien. Le decimos que tenemos dinero ahorrado porque hubo un tiempo en el
que éramos personas de provecho y que, además, tenemos un trabajo esperándonos
en España, cosa aún más complicada de creer si el hombre está al corriente de
cómo están las cosas por allí. Al final, el policía, muy simpático, nos dice
que disfrutemos mucho y que tengamos cuidado, y ni nos pregunta si tenemos
intención de matar al presidente, ni nos pide el billete del vuelo de salida,
ni el saldo de la cuenta bancaria, ni nada de todo lo que nos habían dicho que
nos iban a solicitar. ¡Genial!
Ya con la calma
en el cuerpo montamos las bicis y nos disponemos a pedalear hacia el centro de
la ciudad.
Durante el
trayecto no vemos más que inmigrantes y algún que otro barrio periférico de los
que hacen que uno le dé fuerte a los pedales. Hemos debido ver demasiadas
películas americanas de pandilleros, pero es que hay vecindarios por aquí que no
son muy recomendables.
No podemos creer
que estemos en California, pero siempre tenemos la misma sensación cuando
llegamos a un nuevo lugar y abandonamos el aeropuerto a pedales. Además, esto es
muy cinematográfico. Una hora después ya estamos ascendiendo una de las
numerosas y empinadas colinas que tantas veces hemos visto en la pantalla y que
conforman el abrupto relieve de San Francisco.
En el barrio de
Bernal Heights se encuentra la acogedora vivienda en la que nos alojaremos los
próximos días.
Aquí nos espera London,
un gran amigo a quien conocimos hace más de un año en China. Es genial volver a
compartir momentos con alguien a quien despedimos hace tanto tiempo, pensando
que probablemente no volveríamos a vernos jamás. Pero estamos de nuevo juntos.
London se ha
encargado de que nuestra estancia en la ciudad sea lo más confortable posible y
para eso nos ha hecho un sitio en casa de sus dos hermanas, Luke y Sequoia.
También aquí viven Naima, hija de Sequoia y Becky, una amiga. Son todas
encantadoras.
Se trata de un
vecindario tranquilo, asentado en una colina que regala unas vistas
espectaculares de la ciudad.
Estamos muy cerca
del barrio mejicano. Eso hace que por la calle escuchemos más español que
inglés, y no podemos evitar girarnos cada vez que alguien habla. Se nos hace
muy extraño volver a oír a la gente expresándose en nuestra lengua después de
tantísimo tiempo.
Tras unos meses
sintiendo la calma que se respira al pasear por las adormecidas urbes
neozelandesas, empezar a descubrir San Francisco es como recibir una descarga
eléctrica. Mucha gente, muchos coches, mucho ruido, millones de estímulos y la
sensación de tener que volver a subir la guardia. Todo un shock, pero recibido
con gusto, ya nos apetece un poco de jaleo.
La ciudad es
ideal para moverse en bici, siempre y cuando se sepa cómo evitar las
empinadísimas pendientes que se levantan por todas partes.
Al poco de descender
la colina en la que nos encontramos y dirigiéndonos al centro, hacia la bahía
de San Francisco, nos topamos con el popular barrio de Castro, el barrio gay
más famoso del mundo, y un poquito más abajo, la alargada calle Market y sus
alrededores nos muestran sin tapujos los nauseabundos contrastes del
capitalismo más salvaje. La estereotipada imagen del indigente, normalmente
negro, con el carrito de la compra, se multiplica tristemente ocupando
cualquier esquina o parada de bus, muy cerca del lugar donde se levantan los
espectaculares rascacielos del distrito financiero, las innumerables galerías comerciales,
tiendas de moda y hoteles de lujo.
Curioso es
observar a gente que carga su carrito de la compra con multitud de cosas que no
necesita y ver, a la vez, a otra gente que lo llena con las únicas pertenencias
que tiene en la vida. Qué gran invento el carrito.
Gritos, personas
tiradas en cualquier parte, alcohólicos que caminan dando tumbos, coches de
policía detenidos por algún altercado, alguien enorme que se nos acerca y nos
pide la cámara para sacarnos una foto…no, gracias.
No es que
Barcelona sea tan diferente, pero esto es bastante más llamativo, todo a lo
grande. No sorprende, pero impresiona.
Seguimos bajando.
Alcantarillas humeantes y viejos tranvías van quedando atrás.
Ahora estamos en
medio del bullicio de Chinatown. Aquí la comunidad china es de las más grandes
fuera de Asia. El barrio, con sus estrechas calles adornadas con farolillos, se
asienta agazapado entre grandes edificios.
Para un día que decidimos pagar un
restaurante, resulta que casualmente encontramos a tres señoras madrileñas muy
simpáticas en la mesa de al lado que nos invitan a comer.
Bajando un
poquito más se llega a North Beach, el bonito y ajetreado barrio italiano. Y
aquí cerca encontramos algunas colinas que ofrecen unas sensacionales
panorámicas de la ciudad.
Desde lo alto de una
de estas lomas, se puede observar como la empinada calle, transitada por
antiguos tranvías, desciende hasta la bahía, desde la que emerge La Roca, la
isla de Alcatraz, con su mítica prisión.
Una vez se
alcanzan las aguas, en el Fisherman´s Wharf, podemos observar al este, muy
cerca, el descomunal Puente de la Bahía.
Y mirando hacia
el oeste, todavía algo lejos, se distingue la inconfundible estructura
anaranjada del Golden Gate.
Se trata de un enorme puente colgante de más de dos
quilómetros de largo, construido en los años treinta y que separa el Océano
Pacífico de la Bahía de San Francisco. Une la ciudad con la parte norte de la
península de San Francisco.
Justo aquí los
colonos españoles establecieron un fuerte y fundaron la ciudad en 1776.
Hacia el puente nos
dirigimos.
La verdad es que
contemplar el Golden Gate desde tan cerca es impresionante. Sin duda es un puente
verdaderamente seductor, imposible resistirse a cruzarlo.
Al llegar al otro
lado, cuesta creer que estemos tan cerca de la ciudad. Se hace difícil concebir
semejante paisaje natural a escasos quilómetros de la metrópolis.
En el extremo oeste, la playa bañada por las aguas del océano es enorme y perfecta
para ser disfrutada en esta época del año, cuando es un remanso de paz.
Y así transcurren
los días en San Francisco, de un lado al otro todo el tiempo, tratando de
descubrir una ciudad realmente encantadora.
A unos doscientos
sesenta quilómetros al sur de aquí, se encuentra Big Sur, el fascinante lugar
donde viven los padres de London. Allí nos va a llevar nuestro amigo a pasar
unos días.
El trayecto
siguiendo la costa ofrece un paisaje soberbio, compuesto por vertiginosos
acantilados, playas desiertas y el furioso océano.
El viaje hasta Big
Sur es alucinante, pero al llegar a nuestro destino no podemos salir de nuestro
asombro. Adentrándonos en los sombríos bosques que forman los majestuosas
secoyas redwood, los árboles más altos del mundo, empezamos a ascender una
empinada colina.
Una vez alcanzada la cima encontramos la singular vivienda en
la que pasaremos los siguientes días. Se trata de un viejo establo reconvertido
en una preciosa y solitaria casa que se levanta en medio de un entorno idílico.
A un lado contemplamos el inabarcable océano y el dramático acantilado, al otro imponentes
montañas, y en mitad de todo ello, una tranquila familia que vive con sus
cabras, sus ovejas, sus gallinas, sus caballos, su huerto y con la magia que
desprende este entorno tan especial.
Esta noche los
padres de London han salido y una cabra se ha puesto a parir estando nosotros
solos. La cosa se ha complicado y el cabrito no podía salir a pesar de los esfuerzos de la mamá, así que, sin
comerlo ni beberlo, nos hemos visto asistiendo a una cabra en su parto sin tener
ni idea de qué hacer cuando lo primero que asoma son las cuatro pezuñas del
cabrito. Impresionante.
Nosotros tirando
y la cabra gritando, y nada, imposible sacarlo. Al final ha llegado Lygia, la
madre de London, experta en estos lances. No se sabe cómo, ha conseguido meter
las dos manos enteras ahí adentro y venga a tirar. Al final sale el cabrito,
lógicamente ya muerto y Lygia se lo lleva para que la cabra no se ponga
nerviosa y le empieza a hacer masaje cardíaco y la respiración boca a boca.
Nosotros alucinando con todo, y de repente empieza a asomar otro cabrito que,
evidentemente, sale en cuestión de segundos debido a la súper dilatación que le
ha quedado a la pobre cabra. Éste nace dentro del saco amniótico y se está
ahogando, así que tenemos que romperlo y, por poco, hacerle la respiración boca
a boca a éste también, pero al final se recupera solo, menos mal.
Por la mañana
seguimos aprendiendo cosas de cabras, ahora a ordeñarlas.
Es una pena no
poder pasar aquí más tiempo, pero nos marchamos sin tener dudas de que
regresaremos cuando iniciemos nuestra ruta en bici. Este es un lugar para
quedarse una temporada.
Volvemos a San
Francisco y preparamos la siguiente salida con London, en esta ocasión
viajaremos cerca de cien quilómetros al norte, al precioso y fértil valle
de Napa, la zona vinícola más importante de California. Aquí, sus abuelos, que
viven en un lugar impresionante, poseen viñedos y bodegas. Pasamos un par de
días degustando el exquisito vino Chappellet y descubriendo los alrededores.
Ya de vuelta a la
ciudad, en la que hemos pasado casi dos semanas, empezamos a preparar nuestra
próxima ruta en bici. Tenemos ganas de volver a la acción. La idea es pedalear
desde San Francisco hacia el sur, siguiendo la costa californiana hasta
alcanzar la frontera mejicana, algo más de mil quilómetros.
Así que allá
vamos. Empezamos con la odiosa labor de salir de la ciudad que, a pesar de ser
más fácil de lo que pensábamos, se hace larga y pesada. Algo después ya tenemos
el océano junto a nosotros, a nuestra derecha, mientras pedaleamos con rumbo
sur. Hace frío, a pesar de que el sol luce radiante. La costa es un sube y baja
constante, así que calorcito al subir y fresquito al bajar.
En el pueblo de
Half Moon Bay encontramos un camping frente al mar donde hacen un buen descuento a ciclistas y caminantes, así que aquí nos quedaremos. En breve el sol
se pondrá tras el mar y este es un sitio privilegiado. Anochece pronto, sobre
las seis, y la temperatura empieza a caer aceleradamente.
Por la mañana
hace un frío espantoso, todo está helado, no nos atrevemos a salir de la tienda
hasta que no despuntan los primeros rayos de sol, pero da igual, porque no
calientan lo suficiente hasta bien avanzado el día.
Hoy el paisaje
sigue mostrándose espectacular. A pesar de que pasamos por aquí hace tan solo
unos días con el coche de London, todo parece diferente. No pudimos fijarnos en la
mitad de las cosas. Nos ratificamos en que todo se vive mucho más intensamente
desde la bici.
El frío empieza a
pasar factura en forma de debilitador catarro.
Alcanzamos la
ciudad de Santa Cruz, la cuna del surf californiano, así que, después de
comernos un buen burrito mejicano, nos vamos a la playa a ver a los surfistas
más expertos. Las olas dan miedo. Hay tantas personas surfeando en algunas zonas
que se atropellan mutuamente. Se puede uno pasar horas viendo a esta gente
deslizarse sobre las olas.
A finales del
siglo XVIII, Santa Cruz fue uno de los primeros asentamientos españoles en la
zona de Alta California, contando con una misión religiosa que todavía hoy en
día se mantiene en pie.
Esta es la típica y entretenida ciudad costera californiana, un buen lugar donde parar hoy.
En Nueva Zelanda
conocimos a una pareja de Santa Cruz, Carlos y Lauren, que actualmente están
pedaleando por Asia. Aquí, nos alojaremos en casa de la madre de Lauren. María,
que es argentina y profesora de la universidad de Santa Cruz, nos lleva a
visitar el impresionante campus que se levanta en medio del bosque. Después nos
prepara una cena deliciosa.
Por la mañana nos
despedimos y ponemos rumbo a Monterey. La etapa es un tanto aburrida, la mayor
parte del tiempo transcurre entre tierras de labranza. Hace sol, como siempre,
aunque también frío. El viento nos está ayudando todos los días, sopla del
noroeste, así que nos viene bastante bien.
El paisaje cambia
radicalmente antes de alcanzar nuestro destino, cuando el entorno se torna
árido y repleto de dunas.
A lo largo de la
etapa de hoy nos hemos encontrado a dos diferentes personas que nos han
ofrecido un lugar donde pasar la noche. Primero un chico que encontramos en una
gasolinera mientras reparábamos un pinchazo y después un militar poco antes de
acabar la jornada. A los dos les hemos tenido que decir que no, porque hoy
tenemos un lugar especial donde dormir.
Estamos en el
puerto de Monterey, y hemos quedado con Jacob, un ciclista que vive en un
barco. Con él nos quedaremos esta noche. Jacob viajó en bici desde Alaska hasta
el sur de Chile sin apenas tomar carreteras, casi todo el tiempo pedaleó a través de caminos y
montañas. La conversación de esta noche va a ser más que interesante.
Por la mañana nos
disponemos a afrontar una etapa espectacular. Recorremos la península de
Monterey siguiendo las diecisiete millas que conforman su magnífica costa. El
entorno es una maravilla, observamos focas y leones marinos que se agrupan en
grandes rocas que emergen del océano.
Toda la zona está
repleta de campos de golf y lujosas y enormes mansiones, especialmente en
Pebble Beach y en el pueblo de Carmel, donde viven unas cuantas celebridades,
como Clint Eastwood, que fue alcalde del municipio. Muchas de estas residencias
son tan grandes y espectaculares que se antojan insanas.
Mientras
pedaleamos alucinados con las gigantescas casas que vemos a los lados de esta
carretera, pensamos en las carreteras de Laos, Camboya o Birmania, y en las
paupérrimas viviendas que allí vimos y en las que nos quedamos a pasar la
noche. Y pensamos en qué ocurriría si llamamos a una de estas puertas y
preguntamos si nos podemos quedar a dormir, ¿cuánto tardaría en venir la
policía? Y también pensamos en cómo le explicaríamos a un extraterrestre que no
supiera nada de la Tierra, cómo puede ser que en un mismo planeta exista esto y
aquello.
La gente trabaja
duro y puede ganar mucho dinero y hacer lo que quiera con él, como comprarse
estas casas, pero ¿es necesario vivir en un palacio? ¿cómo la conciencia
permite pagar tantísimo dinero por una casa cuando el mundo se muere de
pobreza?
Lo mejor es
cuando vemos a las propietarias de estas casas que salen en grupo disfrazadas
de jardineras a plantar árboles cerca de la playa, demostrando su enorme y
sacrificado compromiso con el planeta. Gracias por intentar salvar al mundo,
señoras. ¿Qué sería de todos nosotros sin ustedes?
También aquí se
encuentra otra antigua misión española fundada por el franciscano mallorquín
Junípero Serra, bastante conocido por estas latitudes.
Pasado Carmel y
la península de Monterey afrontamos ya los últimos cincuenta quilómetros que
nos separan de Big Sur, a través de la Highway 1, recorriendo el litoral más hermoso que hemos visto
nunca. Las costas de Australia y Nueva Zelanda nos parecieron impresionantes,
pero el lugar por donde pedaleamos ahora es único, además de mucho menos duro
para nuestras piernas. Volvemos a disfrutar de los mismos escenarios que
descubrimos desde el coche de London, pero ahora a cámara lenta, con olor, con
sonido y sintiendo la brisa en el rostro.
Ya cerca de Big
Sur la carretera se aplana un poco antes de alejarse del mar e introducirse en
los oscuros y sobrecogedores bosques de árboles redwood.
Ahora viene la
peor pendiente del día y por fin hemos llegado de nuevo a este singular edén.
Nos han preparado una pequeña casita de madera rodeada de secoyas que parece salida de un cuento de hadas.
Aquí, con los padres de London, nos quedaremos una temporada, tratando de echar una
mano y disfrutando de la magia de Big Sur, que es mucha.
Va por ti Pac..... Felicidades!!!
ResponderEliminarQuè guay!
ResponderEliminarGràcies per les noticies!!!
Quin lloc més acollidor! a gaudir de les cabretes i les llets espesses!
M'agrada veure-us.
Una abraçada!
Fantástico chicos!!! Bienvenidos al hemisferio norte de nuevo!!
ResponderEliminarPablo y Bea
La mejor felicitación que he recibido,muchas gracias de corazón.
ResponderEliminarVaya contraste de continentes, de personas y que capacidad de adaptación.
Y sigue la aventura......
Hola chicos!!!
ResponderEliminarSois todo un ejemplo a seguir... Enhorabuena!!!
Qué maravilla de blog... Qué aventuras, qué bien contada, qué pasada...
Nosotros seguimos en Filipinas, nos está encantando este país. No nos queremos ir de aquí, jeje...
Un abrazo muy fuerte y quién sabe si nos encontraremos por tierras latinas...
Loved your photos and blog. An inspiration. Enjoy!
ResponderEliminarHola peques, menudas fotos y que blog, partos, comida en restaurante gratis bueno que lo teneis todo, estoy impaciente por el proximo blog. Besos y que siga la aventura,,,,,,,,,,
ResponderEliminarTata
Chicos para cuando blog. Bss
ResponderEliminarTata
Hola, quina pasada! A on arribareu? Aquesta sembla també una ruta molt interessant i ja tenim ganes de saber el següent blog si heu arribat a Mèxic! Us seguim d'una forma incondicional tot i que de que tenim la nena sigui més difícil! Però, aquí estem com els primers diez i esperan noves aventures. Sembla mentida la gent que esteu coneixent amb aquest llarg viatge i és evident que sense ells moltes de les coses que esteu fent no serien posibles.
ResponderEliminarMoltes felicitats i esperem notícies vostres que ara fa temps que no en tenim.
Molts petons i una forta abraçada de part de l'Oriol, la Natàlia i la Clara.